Diego
Ayer volví a escuchar en el coche esta pieza de Ryuichi Sakamoto, que aparece en los créditos finales de El Pequeño Buda, de Bernardo Bertolucci. Me emocionó profundamente. Aparece en los créditos finales de la película y se llama Acceptance ( aceptación ). No es que sea un contenido muy propicio para compartir en redes sociales y los segundos que dedicamos a cada publicación, ya que dura más de 7 minutos. Aun así, quizá sea un día especial para ti y por lo que sea, quieras dedicarle tiempo. Puedes sentarte en un sillón y cerrar los ojos, tomar una respiración profunda y simplemente escuchar sin propósito alguno más allá de la propia escucha. Y aceptar. Seguro que tiene connotaciones diferentes para cada uno de nosotros, incluso de un día para otro.
Yo no soy un gran conocedor del budismo. Así que simplemente me dejo lleva por mi sensibilidad. Escuchándola hoy, aceptar para mí es dejar de juzgarme, dejar de lamentarme por la vida que tengo o de desear la que no tengo. De buscar anclarme a la vida a través de fantasías, ilusiones, pensamientos, o apegos a objetos y personas que trato de retener, entiendo que por miedo a enfrentar el vacío en el que caigo cuando siento que nada me pertenece, así como yo no pertenezco a nada que sea capaz de comprender, más allá de la propia inmensidad de la que todos formamos parte. Y me siento viajar a través de la música, desde el sufrimiento a un alivio de corazón que viene al dejar de pelearme con la vida y simplemente abrazarla, consciente de que los momentos felices pasarán, así como los tristes, igual que se suceden las estaciones. Entonces, simplemente me siento a admirar el paso de las nubes.
https://www.youtube.com/watch?v=wsneEoj_AxY
Iván
Próxima estación, esperanza.
Hoy paseé por las calles que recorrí tantas veces durante estos años. Fue durante una mañana tranquila, probablemente de los días en los que el barrio puede encontrarse más despoblado. Bajé a Madrid temprano y reflexionando sobre la relatividad del tiempo, comencé a cruzarme conmigo mismo. A encontrarme sentado, caminando del metro a casa, paseando solo y acompañado. Unas veces alegre, sonriente. Otras cabizbajo y perdido… Me imaginé susurrando a través del tiempo, consejos y advertencias que me libraran del dolor que algunas situaciones trajeron, como si pudiera plantar una semilla de confianza donde había duda o mandar amor donde había dificultad y enfado. Paciencia y comprensión en situaciones donde estuve cerca de la desesperación. Cuánto amor! Cuánta dificultad para expresarlo! Me sacudí entonces, descubierto en mi nostalgia tratando de regresar al presente. Puse mi intención en cambiar de registro, recordando esas palabras que me dijo una amiga en un mal momento, acerca de que el sufrimiento, es una elección. Comencé a cantar repetitivamente, algo que descubrí hace tiempo que me ayuda, tratando de poner otra energía en mi voz. Como un piloto que se esfuerza en equilibrar un avión que comienza a caer en picado. Y grite con rabia mi mantra hasta que no vi sentido en entrar en el enfado, como algo donde podía quedar tan pegado como en la nostalgia. Qué difícil. Tengo ya unas cuantas horas de vuelo y logré remontar tras una no tan compleja maniobra, que requiere más de voluntad que de otra cosa. Me quedó un poso que quiero dejar aquí. Un sabor de cierta amargura que ya aprendí que no me ayuda. Qué complejo es romper las dinámicas de mi mente. Abrir otras puertas que no suelo abrir porque acabo precipitándome irremediablemente hacia las mismas de siempre. Como subido a un tren en el que recorro sin pensar el mismo trayecto, donde no soy capaz de ver que puedo cambiar de línea o parar en cualquier estación y comenzar a caminar por lugares donde no he transitado, porque como ya decía el poeta, caminante no hay camino, se hace camino al andar. Yo elijo. Es una cuestión de actitud. Y elijo esperanza, que es lo que siento que me toca.